Mi Campo de Girasoles

domingo, 22 de octubre de 2006

MIDAMOS NUESTRAS PALABRAS


La espectacular insignificancia de una palabra pronunciada en un contexto erróneo no es ni remotamente comparable con el desprecio que puede llegar a sentir el oyente ante otra palabra, por el contrario sacada a la luz en un contexto totalmente destinado para ella. Quiero decir con todo esto, que no siempre sabemos hablar, bueno, lo que no sabemos es expresarnos; pecamos de sinceros o sobrepasamos los límites del engaño. Está claro, la ambigüedad humana no conoce cotas externas a su persona…

Y lo que ocurre en la práctica es lo siguiente: si vamos con alguien paseando o corriendo o simplemente andando por la calle y este alguien cae estrepitosamente al suelo dejándose las rodillas como dos trozos de piñonate de feria, diremos amablemente “¿te has hecho daño?”; será entonces cuando el derribado interlocutor nos mire con una mueca entre sorpresa y asco y se limite a extendernos su débil mano para que, al menos, y si no es mucho pedir, le ayudemos a levantar para que pueda huir de nosotros. Pues sí, unas cuantas palabras soltadas a destiempo de forma automática y sin sentido que decimos sin maldad…y una mierda sin maldad!!!, pero ¿cómo no se va a hacer daño una persona a la que la fuerza gravitatoria le ha hecho besar el suelo y no es el Papa?. Está claro que nos bastaba con estirar la mano y acercar a nuestro amigo a un puesto de socorro, absteniéndonos en todo momento de abrir la boca, claro.

Luego están esas palabras, frases, enunciados, etc que sí que se dicen acertadamente, o eso creemos, porque pensamos que al fin y al cabo no estamos diciendo más que la verdad y ¿ qué hay más puro y honorable que la sinceridad?. Situémonos, una cena, cinco o seis personas, un salón acogedor, restaurante caro, velas, violines…ambiente selecto… hasta que, con la naturalidad más grande del mundo, salta uno de los seis:
“me vais a perdonar, pero voy un momentito al baño, es que hoy he almorzado garbanzos y tengo unos retorcijones…je,je”, y el tío se levanta a la vez que mastica un fideo y va tocándose la barriga hasta el baño… sincerísimo, sí señor!!, y allí se quedan los otros cinco, con el cuerpo cortado y pensando “que amigo más sincero tenemos”, claro que… a lo mejor no es eso lo que piensan, podrían estar pensando en ahogarlo en los lujosos lavabos de tan selecto restaurante para después preguntarle “¿te has hecho daño?”.