MIDAMOS NUESTRAS PALABRAS
La espectacular insignificancia de una palabra pronunciada en un contexto erróneo no es ni remotamente comparable con el desprecio que puede llegar a sentir el oyente ante otra palabra, por el contrario sacada a la luz en un contexto totalmente destinado para ella. Quiero decir con todo esto, que no siempre sabemos hablar, bueno, lo que no sabemos es expresarnos; pecamos de sinceros o sobrepasamos los límites del engaño. Está claro, la ambigüedad humana no conoce cotas externas a su persona…
Y lo que ocurre en la práctica es lo siguiente: si vamos con alguien paseando o corriendo o simplemente andando por la calle y este alguien cae estrepitosamente al suelo dejándose las rodillas como dos trozos de piñonate de feria, diremos amablemente “¿te has hecho daño?”; será entonces cuando el derribado interlocutor nos mire con una mueca entre sorpresa y asco y se limite a extendernos su débil mano para que, al menos, y si no es mucho pedir, le ayudemos a levantar para que pueda huir de nosotros. Pues sí, unas cuantas palabras soltadas a destiempo de forma automática y sin sentido que decimos sin maldad…y una mierda sin maldad!!!, pero ¿cómo no se va a hacer daño una persona a la que la fuerza gravitatoria le ha hecho besar el suelo y no es el Papa?. Está claro que nos bastaba con estirar la mano y acercar a nuestro amigo a un puesto de socorro, absteniéndonos en todo momento de abrir la boca, claro.
Luego están esas palabras, frases, enunciados, etc que sí que se dicen acertadamente, o eso creemos, porque pensamos que al fin y al cabo no estamos diciendo más que la verdad y ¿ qué hay más puro y honorable que la sinceridad?. Situémonos, una cena, cinco o seis personas, un salón acogedor, restaurante caro, velas, violines…ambiente selecto… hasta que, con la naturalidad más grande del mundo, salta uno de los seis:
“me vais a perdonar, pero voy un momentito al baño, es que hoy he almorzado garbanzos y tengo unos retorcijones…je,je”, y el tío se levanta a la vez que mastica un fideo y va tocándose la barriga hasta el baño… sincerísimo, sí señor!!, y allí se quedan los otros cinco, con el cuerpo cortado y pensando “que amigo más sincero tenemos”, claro que… a lo mejor no es eso lo que piensan, podrían estar pensando en ahogarlo en los lujosos lavabos de tan selecto restaurante para después preguntarle “¿te has hecho daño?”.
Y lo que ocurre en la práctica es lo siguiente: si vamos con alguien paseando o corriendo o simplemente andando por la calle y este alguien cae estrepitosamente al suelo dejándose las rodillas como dos trozos de piñonate de feria, diremos amablemente “¿te has hecho daño?”; será entonces cuando el derribado interlocutor nos mire con una mueca entre sorpresa y asco y se limite a extendernos su débil mano para que, al menos, y si no es mucho pedir, le ayudemos a levantar para que pueda huir de nosotros. Pues sí, unas cuantas palabras soltadas a destiempo de forma automática y sin sentido que decimos sin maldad…y una mierda sin maldad!!!, pero ¿cómo no se va a hacer daño una persona a la que la fuerza gravitatoria le ha hecho besar el suelo y no es el Papa?. Está claro que nos bastaba con estirar la mano y acercar a nuestro amigo a un puesto de socorro, absteniéndonos en todo momento de abrir la boca, claro.
Luego están esas palabras, frases, enunciados, etc que sí que se dicen acertadamente, o eso creemos, porque pensamos que al fin y al cabo no estamos diciendo más que la verdad y ¿ qué hay más puro y honorable que la sinceridad?. Situémonos, una cena, cinco o seis personas, un salón acogedor, restaurante caro, velas, violines…ambiente selecto… hasta que, con la naturalidad más grande del mundo, salta uno de los seis:
“me vais a perdonar, pero voy un momentito al baño, es que hoy he almorzado garbanzos y tengo unos retorcijones…je,je”, y el tío se levanta a la vez que mastica un fideo y va tocándose la barriga hasta el baño… sincerísimo, sí señor!!, y allí se quedan los otros cinco, con el cuerpo cortado y pensando “que amigo más sincero tenemos”, claro que… a lo mejor no es eso lo que piensan, podrían estar pensando en ahogarlo en los lujosos lavabos de tan selecto restaurante para después preguntarle “¿te has hecho daño?”.
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