LEVANTA..., Y LLÉVAME EN TUS BRAZOS
Siempre quiso saltar en libertad. Presumía de poder salir en busca de su yo sin tener que mirar atrás, sin tener que soportar la culpa de abandonar a sus polluelos. Los ojos expresivos son una putada. Cuando sonríen, te contagias de esa alegría absurda de quien ríe en su pecho sin saber por qué y cuando lloran sin lágrimas y los contemplas sin llegar nunca a su fondo, una inquietud casi enfermiza cruza tu alma. Ella siempre tuvo esa clase de ojos. Ella siempre tuvo esa clase. Pura, no aprendida, espontánea y en ocasiones radical. Es la clase de la clase media con coraje, de las personas ávidas de reconocimiento, de nuevas expectativas y afán de superación y autosuficiencia. Ahora comprendo que la autosuficiencia es tan digna como dañina. Cual ave fénix te hace levantar mil veces y una más, te hace saltar como guiñapo arrastrado por el hilo del orgullo… hasta que la maroma se convierte en soga, la soga en lazo, el lazo en hilo de seda y el hilo de seda en viscoso telar de araña que acaba cediendo. Cuando nada tiró de ella tan fuerte como para izarla hasta su sitio se le vaciaron las pupilas y con ellas las entrañas. Se olvidó de besarme, no recordó cómo se encogían sus ojos al sonreír, ya no miraba de frente, su voz dejó de ser firme y dejó de ser mi madre para convertirse en mi hija. Ver caer a un hijo debe de ser terrible, levantar a una madre sin duda lo es.
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