ATLANTA
Tengo una horrenda manía en cuanto a formas de educación se refiere, y es que me gusta escuchar – educadamente, claro está – cuando creen que no escucho. Y una vez, así, paseando, atándome un cordón del zapato y sujetando la correa del perro, escuché – y vi – a un par de dos ( no sé si familia, amigos, conocidos, transeúntes, ajenos… qué sé yo ) sentados en un banco de piedra y debatiendo filosofías que tendrían que constar en los libros, que seguro constan. “Yo me podría morir mañana mismo” decía el hombre joven, desaliñado, con media barba y con pinta de no tener mayor ocupación que la de tostarse al sol del mes de octubre ( de los octubres de hace unos años en los que el sol era de agradecer ) “La madre de Dios!” le gritaba el viejo ataviado de viejo, con su pantalón de mil rayas, su cinto sobaquero, su camisa abotonada hasta el cuello y su peine de carey simulado asomando en el bolsillo. “Qué barbaridad, hijo mío!!! tienes toda la vida por delante…!!! Qué pecado mortal, qué desatino pensar así… Vamos, vamos… ya quisiera yo tener tu edad para hacer veinte mil cosas que ya no puedo… desde luego, que no sabéis lo que tenéis… qué contradiós!!!” “Pues eso le digo” seguía el desaliñado “que yo me siento yo mismo hasta donde estoy hoy… no sé lo que me queda por hacer porque no sé cuanto voy a vivir, pero hasta donde estamos ahora mismo no me he dejao ni una cosa dentro, ni una ni media, haya cuajao o no haya cuajao, pero largarlas las largo, las buenas, las malas, me siento a gusto… y tó lo que me pasa por mis adentros es mío y de nadie más y no tengo ná de nadie que no me lo haya querío dar… asín es que si me fuera mañana me iría conforme…” Me pareció demasiado alargar la atadura del cordón diez segundos más, así es que me fui. Estuve varios días pensando en el viejo y en el de la media barba y, después de debatirme conmigo misma, llegué a la conclusión de que se puede vivir una vida longeva sin estar y estar brevemente estando. Uno puede hacer crecer su alma al más puro estilo Atlanta o bien dejar que las sombras de sus edificios lo cobijen. Posicionarse para ser, estar y partir.
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