FELIZ CUMPLEAÑOS
Desde que tengo uso de razón, me he sentido especialmente vulnerable los días que me toca cumplir años, por no hablar del extraño sentimiento mezcla de tristeza e infinita alegría que me hace llorar siempre que alguien entona un “cumpleaños feliz” ( aún cuando no es el mío ). Una vez leí una frase de alguien muy feliz, supongo, que decía algo así como “no hay cumpleaños sin tarta”. Pues vaya si lo hay... No es que me vuelva loca comer dulce; tampoco necesito la luz de una ridícula vela plasticosa para pedir un deseo, es más, suelo anhelar deseos siempre que me da la gana, sin velas y sin pasteles de por medio y sin que nadie me mire expectante.
Sin embargo, sí creo en la simbología de la tarta de cumpleaños. La tarta encripta dentro de su ser todo un cúmulo de sentimientos y celebraciones que van más allá del mero hecho de cumplir un año más. Dentro de la tarta están la familia y los amigos, están las aspiraciones y las esperanzas del nuevo ciclo que empieza, los despojos y malos ratos acaecidos los doce meses precedentes y cuyos malos vahídos queremos arrastrar con un bendito y mágico soplo. La tarta, en su trágico momento de ser sacrificada para colmar la gula de todos los comensales, te hace sentir mejor persona, te llena de satisfacción y, sobre todo, te recuerda que, un año más, todo sigue bien o, al menos, como siempre.
Este año, no soplé. Este año fue distinto. Este año, al despertar esta mañana y, por primera vez en mi vida, me alegré de que al fin hoy fuera el día después de mi cumpleaños.
Este año, no soplé. Este año fue distinto. Este año, al despertar esta mañana y, por primera vez en mi vida, me alegré de que al fin hoy fuera el día después de mi cumpleaños.
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