EL ASUSTADOR ASUSTADO
Soy incapaz de matar a un “pescadito de plata”… no puedo, se me atraganta en el esófago del alma el hecho de aplastarlo con mi babucha ( porque suele pasar que siempre, o casi siempre, los encuentro cuando estoy mañaneramente ataviada de pijama y alpargata o cuando pretendo recogerme alpargatera y con máscara de pestañas rancia después de un día largo en el que siquiera sé si alguien reparó en mi máscara de pestañas ). Qué ser tan paradójico el pescadito de plata!!! Sí… ya… es un bicho hogareño y, por ello, indeseable – nadie quiere tener bichos en casa- pero, qué sé yo… quisiera abrazarlo si supiera que no se iba a romper en su propio polvo o a desquebrajarse en su mismo ser – porque es como si sólo con rozarlos con la punta del pie entraran en una agonía de milésimas de segundo-, quisiera abrazarlo por el simple y contundente hecho de que no sé qué diantres hace allí, en mi baldosa, como algunas veces yo… ¿ A dónde vas, pescadito de plata, tan frágil y ridículo…? ¿qué quieres? ¿qué buscas? ¿tú dónde vives? ¿dónde viven los pescaditos de plata cuando no salen a jugarse la vida de un mero soplido humano? ¿qué merece tanto riesgo? Ay! Pescadito de plata mío…! qué hago contigo? Noooo… tonto, noooo… el desagüe nooo… quita de ahí!!!! pero, carajo! si es que te intento ubicar con mi índice susurrante, indicándote el camino, como si no te tocara siquiera y ya te retuerces y te duele… y mueres, agasajado y dolorido… ¿ cómo ayudarte, bicho torpe? Me haces sentir mal, que lo sepas… Pero no voy a pisarte ¿cómo puedo aniquilarte si yo soy un pescadito de plata en un mundo que se cree de oro?
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