SABORES AMARGOS

El egoísmo humano que más duele no es el que se manifiesta descaradamente, con maldad, premeditado o con intenciones. Existe un egoísmo de supervivencia, intrínseco, espontáneo, inevitable ( supongo y deseo ) y, sobre todo, doloroso a los ojos de quien lo aprecia. Descubres que al final todo es lo mismo, que todos perseguimos un único propósito: el bienestar del yo.

Duele la impotencia. La impotencia de saber que no hay nada que puedas hacer. Es como la decepción de encontrar a tus padres colocando los regalos del día de Reyes sigilosamente antes de que te despiertes. Tú los observas con una mezcla de angustia, una punzada en el pecho y sólo un ápice de alivio porque al menos ya sabes la verdad… , es un dolor hondo porque no puede generar en odio, que sería lo único que podría desahogarte en ese momento, no puede generar en odio porque sabes que tiene que ser así, que ellos no tienen la culpa y que no te quisieron herir, pero te hirieron. Es lo mismo. Es exactamente la misma punzada, la misma decepción, el mismo suspiro entrecortado y la misma sensación de “no puede ser…”, y vaya si puede ser…

Descubrir ese egoísmo en alguien a quien quieres es parte del proceso de vivir, como lo fue descubrir a tus padres colocando los juguetes junto al árbol. Y sigue doliendo igual. No. Duele más, muchísimo más, no recuerdo haber llorado aquella mañana de un seis de enero…