VERSUS...?

Aprendes contigo mismo. Durante mucho tiempo, muchísimos años, crees que jamás podrás estar solo, la soledad te aterra tanto como la ignorancia ante un jurado ávido de demostraciones de sapiencia. Te imaginas a ti mismo sin nadie levantando tu cola, sin una mano que recoja tu baba, sin un hombro en el que apoyarte, y justo en ese momento, un escalofrío tenue pero intenso recorre la espina dorsal de tu alma. De repente, una idea terrible puebla tus pensamientos: tendrá que ser así. Y así será. Así es. Siempre es así. Bendita realidad. Si puedes contigo, puedes con todo. Estar solo es estar lleno, batallando, ocupado, ajetreado, es lidiar corridas imposibles en plazas inimaginables, es ver en uno mil y un caracteres, cien mil y veinte más formas de proceder, millares y miles de sensaciones que te llevan a acometer un movimiento de derecha, de izquierda, de frente, hacia atrás o, simplemente, te noquean y te mantienen ileso pero quieto y a salvo. Estar con quien uno es puede ser tan violento como dulce. Es maravilloso y enriquecedor. Es necesario. Es todo lo que uno necesita para conquistar un país, una región, un cosmos, una vida… y es complicado, complicado como tejer con seda, como tallar un grano de arroz, como mojar los labios en un desierto o como pretender que cualquiera entienda lo que escribes. Aún así, y sólo a veces, se consigue. Ganas una batalla. Ridícula batalla por cierto: yo vs yo, uno a cero o cero a uno, raro, bastante raro. ¿Quién contra quién? ¿Ganas? ¿Sucumbes? … luchas. Luchar es ganar y rendirse perder, independientemente del adversario en cuestión. Suerte.