R.I.P.
Me consta que no se lleva, no es estiloso hoy en día coger el paraguas y el bolso y andar cuesta arriba hacia campo santo. Lo mismo si lo hubiera hecho ataviada con medias negras y negro pañuelo anudado en el gañote habría resultado más contemporáneo a pesar de la distancia temporal que separa mi forma de ver y, sobre todo, de hacer las cosas, a la del resto de personas que conozco. El caso es que sólo iba a la oficina del cementerio, a gestionar unos asuntos referentes a un nicho en el que reposan los restos de mis ancestros, concretamente mis abuelos maternos. No tengo recuerdos entrañables de ellos dos, apenas tengo recuerdos de hecho. Él faltó antes de mi llegada a este mundo y ella, por avatares de la vida, que no circunstancias, no llegó a disfrutar de la nieta que soy hoy y a la que le faltó esta abuela. Pero estaba claro que mi espíritu arcaico, peinado con ondas y laca y provisto de guantes para no mostrar las manos no se pudo detener en la oficina y cruzó la puerta en cuyo arco lucen unas de las siglas más ecuánimes y justas que conozco: D.E.P. Y anduve entre taciturna e interiormente soliviantada durante unos pocos minutos- que a su vez fueron espesos -buscando el nicho 1385. Durante mi recorrido visual he de reconocer que tuve una especie de miedo y de vergüenza a descubrir que el 1385 pudiera ser uno de esos nichos que parecían “abandonados”… sin flores de plástico siquiera y olvidados durante décadas; me azoraba la idea de que el lugar de mis abuelos aparentara dejadez a la vista de otros transeúntes de cementerios… a mí, que presumo de importarme tres carajos y medio la opinión ajena… Y seguí dando vueltas y pasitos cortos oteando y seleccionando como una de esas dependientas de mercerías añejas que te buscan el botón entre el muestrario aparentemente desorganizado de detrás del mostrador y, diciéndome a mi misma que no me iba de allí sin encontrar el cajón, y no ya por razones sentimentalistas sino más bien por orgullo torero, se me fue acelerando el pulso a la vez que caminaba hacia el 1381, el 1382, el 1383… ahí estaba… el 1385. Me paré en secó y lloré cálidamente. Abuelita… dije mentalmente a la abuela que no recuerdo yaciente y fundida con el abuelo que jamás vi. Me enjugué mis lágrimas de 40 grados centígrados cada una, me sentí a gusto, me enderecé el pantalón -que siempre se me cae-, esbocé el paraguas, miré el reloj reflejamente y salí por donde entré… pero mucho más tranquila que cuando llegué. Y ¿por qué?... ¿a quién puede importarle un por qué cuando encuentras tanta vida entre tanto muerto?
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