Mi Campo de Girasoles

lunes, 15 de enero de 2007

NADIA COMANECI Y YO




Las frustraciones forman parte de nuestras vidas, aunque nos joda reconocerlo… mi primera gran frustración la tuve con doce años. Desde los cuatro, había recibido clases de gimnasia rítmica ( actividad muy de niña de colegio de monjas, ya. Pero tenía que escoger entre eso, las sevillanas o el ballet clásico… la gimnasia era como más rebelde… por eso creo que la elegí ). En fin, mi cuerpo sufrió mucho los primeros años. Las contorsiones a las que me sometía aquel profesor bigotudo - que ahora que pienso en él creo que se movía más bien poco de aquella silla plegable - me causaron más de un crujido de huesos y algún que otro esguince muscular… pero yo era feliz; competíamos con otros colegios de la provincia e incluso de fuera de la comunidad. Lo mejor era la cinta. Aprendí a hacer con ella zancadas, molinos y un sin fin de nombres imposibles que describían ejercicios aún peores. No es por presumir, pero no era mala. Mis maillots eran de princesa y dejé crecer mi pelo con mucho esfuerzo, ya que nunca lo he tenido abundante, para recogerme un moño como el de la Nadia Comaneci, que para mi era una diosa… Un día con doce años, me dolió la espalda. Fui con mamaíta al doctor y ahí estaba… una escoliosis de coj… pues eso, la columna dobladita. “Nada de gimnasia contorsionista ni mochilas cargadas de libros”- dijo el sabio traumatólogo a la niña de la boca abierta -. Y la niña se quedó frustrada y con poca delantera por los siglos de los siglos, amén ( sí, sí, porque la gimnasia rítmica te ralentiza el desarrollo, y punto ).

Luego quise aprender a tocar el piano, ya que mi siguiente gran pasión era la música. Mi infancia la pasé viviendo con mis abuelos paternos, en su casa. Mis abuelos eran bienavenidos y mi abuela en concreto era una mujer bastante culta, con estudios superiores y un piano acabado en madera de caoba. Justo el día que me decidí a dar la noticia de que quería ir al conservatorio, supe que mi abuela ya había apalabrado con un señor la venta del puto piano. Me enfrié.

Los animales. Los adoro. “Quiero ser veterinaria” - dijo la niña a la que ya se le había cerrado la boca después de tantos sustos -. Pero claro, cuando en C.O.U. vi que arrastraba aún la Física y Química de 2º de B.U.P. comprendí que si a eso le sumaba la irreparable manía que he tenido siempre de filosofar, lo mío eran las letras… tampoco pudo ser.

Llegó la época de los piercings, los tatuajes y las litronas… y me hice vocalista de un grupo: SOMA. Cantamos en varios pubs y garitos de mala muerte después de haber ensayado y peleado entre nosotros durante horas y días enteros… aquello no tenía futuro… y no, no lo tuvo. Ahora soy demasiado vieja para presentarme a OT y demasiado joven para cantar en verbenas de pueblos fantasmas… me conformaría con un karaoke de esos de verdad, de los de velador, mesitas vestidas de negro con lamparitas tenues y canciones a la carta… pero donde vivo no los hay y tampoco me rodeo de gente muy cantarina que digamos… otra mierda de frustración.

A partir de todo esto, ya no las enumero. Igual que tú no las enumeras, pero sabes que las padeces. Las frustraciones son como esos granos repentinos que salen en la espalda… los notas, te joden, duelen, sabes que son feos y que están ahí… pero como no los ves, te relajas… hasta que un día te giras frente al espejo para verlos y rápidamente te colocas la ropa haciendo como si no estuvieran ahí… qué tontas somos las personas.