¿HAS VISTO LO QUE HACE LA ZORRA DE TU HIJA?
Hoy he vivido una posesión, pero posesión posesión… con
instante de ojos casi vueltos y todo…
Cuando era pequeña, o mediana, quiero decir cuando tenía esa
edad en la que casi todas las cosas que hacían o decían los mayores de tu
familia te hacían sentir vergüenza, quería morirme – metafóricamente – cada vez
que mi madre, con ese dulce descaro suyo, soltaba una fresca ante alguna
situación que, por el motivo que fuese, le resultaba incómoda. Era como si en
aquellos momentos yo tuviera la inminente necesidad de gritar al mundo “no, yo no soy su hija, no la conozco de nada”. Luego, con el tiempo, se me fue pasando
esa vergüenza adolescente al menos un poquito, porque para ciertas cosas sigo
siendo igual de gilipollas…
Esta mañana iba a trabajar en el autobús con la cara de poca
jarana, mucho sueño y veinte preocupaciones. Me gusta colocarme las gafas de
sol y evadirme detrás de ellas como si dos cristales de hormigón armado me
protegieran de las inclemencias de la vida, aún así, en la primera parada, una
señora se me colocó al lado… Mi reino por mis auriculares, pensé. Pero no, no
los llevaba en el bolso hoy…
Enseguida, nada más empezó a hablar, me di cuenta de que la
señora, de unos cuarenta y ocho años, se medicaba con antidepresivos; por
suerte o por desgracia sé bien cómo se nota eso en una persona, además en tan solo
dos minutos dijo por lo menos tres veces “… y como yo padezco de depresiones…”
A los tres minutos de estar oyendo el zumbido cojonero de su voz pegada en mi
oreja izquierda mientras yo no hacía más que mirar por la ventana, empecé a
sentir que una fuerza sobrenatural de otro mundo comenzaba a apoderarse de mí…
Como en cualquier película de exorcismos y posesiones demoníacas, mi cuerpo
entero se agitó nerviosa e inevitablemente… la pierna con el típico “tic tic
tic” rítmico, una de mis manos tocando un piano invisible, mis dientes
superiores mordiendo mi labio inferior… En arameo creo que no hubiese podido
hablar, ni siquiera pensar, pero por mi mente pasaban frases del tipo “cállate,
zorra” a velocidades infernales… hasta que, tras un giro ocular y de cuello, se
produjo la posesión; el espíritu de mi madre entró en mi cuerpo y, mirando
fijamente a la urraca parlanchina, dijo “Mira, hija, yo no tengo ganas de
hablar por hablar, ni siquiera te conozco y me duele la cabeza”. “Ah, bien…
¿quieres un Dolalgial, muchacha?”, “no, gracias… quiero que deje de hablarme,
por favor”.
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