DEPENDER
La incómoda ambigüedad de la dependencia espontánea. Ya... dicho así parece un trabalenguas pero, en realidad, es una realidad tan presente como escapista. Nadie quiere - bueno, generalizar no me gusta, retomo pues - casi nadie quiere depender del otro, en casi ningún sentido; vale que asumamos que venimos al mundo empujados por la santa madre, que crecemos arropados por su teta y, con suerte, con quien la acompaña; vale también que durante años necesitemos de más de un centenar de personas que velen por nuestra educación, por nuestra capacidad de hablar, de entender, de abrocharnos un abrigo, de desenvolvernos en grupo, de sintetizar y adquirir ideas, de desarrollar el intelecto... todo eso vale. Lo que ya no nos vale tanto es el hecho de reconocer que, nos guste menos, nos dé lo mismo o nos guste más, un porcentaje elevado de nuestro grado de satisfacción "personal" - que así la llamamos - dependa de la aprobación de los demás sobre nuestros actos, nuestra imagen y, crudísimamente, sobre nuestra forma de ser y de comportarnos en esta vida... pero es así. Yo, desde que elaboré esta idea y la di por buena, soy un tanto más feliz. Es decir, no me hace plenamente dichosa el hecho, para mí hasta ahora inevitable, de tener que contar con otra gente para reconfortar mi persona, sin embargo, desde que dejé brotar la sementera de la humildad en mi huerto particular, se ve que algo creció y que algo me pudo aportar y, sí, a día de hoy tengo bien claro que no puedo ser quien soy, e incluso quien pretendo ser, si me hallara como un ser unipersonal en este fatídico mundo, o sea, que dependo del resto de la humanidad, en mayor o menor medida, o me quedo en el stand by enfermo de quien cree que solo todo lo puede.
Aunque mis textos resultan terriblemente pedantes y churriguerescos la mayoría de las veces que me tomo en serio un escrito, sé también que si formulo una pregunta liviana y sencilla más de un lector comprenderá lo rizado de mi discurso cuando al formularme esta pregunta a mí misma, y que en realidad es para todos los que posen sus ojos en mis líneas, sepa de antemano cuáles van a ser las respuestas: ¿acaso cuando te acicalas y te peinas y te arreglas frente al espejo, lo haces únicamente para gustarte a ti? ¿te gustarías igual si al salir a la calle todo el que te mira mostrara un ademán de rechazo?...
Lavarse la cara y arreglarse el pelo son actos puramente metódicos y en ocasiones poco trascendentales pero, sí o sí, ocurre igual con todos los movimientos que realizamos desde que pisamos la realidad, ya sean físicos, visibles, "secundarios", tontos o determinantes.
Precisamente por todo eso, entre otras cosas, creo que la felicidad egoísta y unipersonal se da en escasas ocasiones en esta vida - si las comparamos con todos aquellos momentos que espontánea y ambiguamente dependen de otros, claro - y que, por muy ridículas que parezcan son las que te recuerdan quien eres.
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