Mi Campo de Girasoles

viernes, 13 de junio de 2008

NUNCA DEJES PARA MAÑANA LO QUE PUEDAS DECIR HOY

El silencio hablaba por sí solo. Se oía tan fuerte que retumbaba en el alma; era como un abrazo sin manos, como un beso sin labios, como un te quiero sin pronunciar palabra. Apenas duró cinco minutos, puede que sólo dos o tres, lo suficiente para sentir la magia de ese momento tan puro, tan espontáneo y tan necesario. Una sentada al lado de la otra, calladas, tranquilas, serenas. A veces su mano rozaba la mía y sentía la calidez de sentirme arropada por siempre jamás. Hacía sólo unos instantes que acababa de preparar ese plato que tanto le gusta, lo hice para ella. El cacharro siempre queda sucio y da mucha pena fregarlo sin más, así que cogí dos cucharones y me arrimé a ella, como cuando era pequeña, como cuando necesitaba que me dijera que no tuviera miedo, como cuando me ofrecía su pecho en las noches de tormenta. Sentada a su lado, hombro con hombro y cuchara con cuchara era yo quien la arropaba, era yo quien sujetaba su torpe mano para que su cuchara no cayera y fui yo quien rompió el silencio para decir con voz firme “Mami, ¿te he dicho alguna vez cuánto te quiero?”