CORRE, CAPERUCITA... CORRE
Qué pasaría si pudiéramos ir y volver y volver a ir y volver a volver e ir sin volver sin que nada ni nadie se alterase?... vale, por partes... me consta que las personas, en general, dejamos de hacer muchas cosas por el simple hecho de creer que lo haremos mal o, mejor dicho, por temor a las consecuencias de haber pisado un sendero que no era el de las baldosas amarillas... y, en realidad, es un miedo lógico en gran medida, puesto que que llega un momento en la vida en el que ya llenaste la cesta, más o menos, claro... jamás se llena uno de nada... el caso es que para ir recogiendo frutas nuevas tienes que comerte las que portas, o regalarlas o dejarlas por el bosque desparramadas, pero no puedes acumular un todo sin renunciar a un algo o, al menos, no puedees activar un cambio y tras comprobar que no te gustó el resultado mover la naricilla y hacer que todo vuelva a estar como antes... y eso acojona, vaya si acojona... y es así. Pasamos demasiado tiempo a la sombra de un árbol, con nuestra cesta en la mano, orgullosos de haber llegado hasta allí y agradecidos al asomarnos al interior del mimbre, hasta que un día, al mirar al cielo, nos cae una hoja seca en la pupila y empezamos a procesarle tirria al árbol... y... con lo grande que es el bosque... cuánto árbol, cuánto arbusto, cuánta fruta, qué de tierra, miles de caminos, infinitos posibles surcos... arroyos, cascadas, flores y bichos, bichos y más árboles... otros tantos y cientos que tendrán que derramar sus hojas secas más pronto o más tarde... Y podríamos esperar allí, con el ojo lastimado pero entero, esperar la primavera, un nuevo verano y una sombra renovada... pero el hombre es impaciente, curioso, avaro y a menudo se pierde en su propio bosque acarreando una cesta llena de miedo y de objetos inservibles con el único afán de encontrar su árbol de hoja perenne.