Mi Campo de Girasoles

sábado, 28 de noviembre de 2009

Y SI UN DÍA YA NO SONRÍES...?


Escribir algo alegre en un día medianamente triste. Y qué? no se puede? es delito? Ja. Últimamente mi vida gira en torno a la ley de la balanza. Equilibrio. Pies sobre el suelo, o sobre la cuerda, o la arena, o las brasas… pero derechos y firmes. No ha de faltar equilibrio. A veces uno crece a una velocidad vertiginosa, da miedo. Cuando se mezcla lo amargo y lo dulce tampoco es para tanto, no ha de desembocar en culpa, de hecho, el cerdo agridulce es un plato de excelente sabor… todo es cultural, educacional y, en el peor de los casos, vocacional. El tabú a mezclar el tocino y la velocidad, lo cortés y lo valiente o las cifras con las letras. Cuánta ignorancia hay en eso… cuántas restricciones y qué montón de prejuicios. La ley de la balanza va de la mano con la ley de las puertas colindantes. Cierras, abres, cierras, abres, cierras, abres… qué abanico de puertas, qué pasillazo lleno de ellas, qué intriga, qué expectación, qué cuelgue, qué bueno… qué satisfacción da girar un pomo para siempre sabiendo que tienes hasta el infinito muchos más por abrir… es como el chiste del niño baboso, niño, cierra la boca que se te caen las babas…, no importa, tengo más… y tanto.


Hoy me quiero reír del mundo. Ja, ja y mil veces ja… a pesar de que lleva años conspirando contra mi, sólo ha logrado que mi alianza con el sarcasmo que probé en la teta sea aún más poderosa… a menudo la gente sarcástica es tachada de fría, cruel y calculadora de una manera injusta. No hay nadie con mayor sentido del humor que aquel que sabe manejar este género, el error viene cuando el sarcástico enfoca y descarga lo que este sentimiento le produce sobre la desdicha de otros pero, a menudo también, el sarcástico es inteligente, aunque ininteligible en ocasiones, y proyectará su risa únicamente en su cerrar y abrir de puertas, en sus miles de vueltas locas por los corredores de su existencia y en la parte trágico cómica de su existencia tan particular, como la de todos, vaya.


Como sarcástica nata, hoy me reí. De mis puertas cerradas y de las que dejé entreabiertas, de las que pretendo abrir, de las que cerré en silencio para no despertar al que duerme y quedaron encajadas, de las que tendré que derribar con el lomo y de las que jamás miraré siquiera a causa de las prisas. Como sarcástica nata, hoy me reí llorando, llorando mientras mi risa se traduce en letras de las que tú lees y como sarcástica nata también, jamás sabré si estoy feliz o triste pero siempre estaré orgullosa de saber que estoy viva.

viernes, 20 de noviembre de 2009

EL SÍNDROME DEL ESCARABAJO PELOTERO


Durante años me lo creí. Sabía que había otras cosas, otras maneras de pasear, otras tiendas, otras caras, otros catetos disfrazados de gente normal, otros trabajos y otra forma de hablar y expresarse. Más que fe en lo que tenía era resignación, resignada a mis catetos, a los que me habían visto nacer y me seguían en mi crecimiento, a quienes me ofrecían un nada ataviado de un todo, a quienes pretendían contagiarme con su dialecto ininteligible y con su fervor por lo chabacano que, paradójicamente, suele ser lo más importante en la vida. Intenté acoplarme porque no me quedaba otra, me acoplé, suelo tener esa capacidad para parecer un camaleón silencioso donde quiera que me encuentre… hasta que saco la kilométrica lengua, claro… y es ahí cuando se me nota el desasosiego que me produce no ser profeta en mi pueblo, no compartir la histeria jocoso festiva que defienden todos los que defienden a su tierra, todos los que la promulgan y promocionan con desesperación y hasta perdiendo los argumentos. Y no sé cómo supe que no era de aquí, ni de allí… al principio, me desconcerté, sobre todo porque me auto inculpé como una estirada, una mariquilla disfrazada de alguien, una renegada de la tierra que me forjó, para bien o para mal. Como cualquier cambio, violento o no, aquello se procesó como debía, y ya está. A día de hoy, el término renegada ya no me resulta peyorativo, me agrada, y resulta que me agrada porque me otorga el poder de decidir, de decidir ahora que puedo hacerlo. Uno no decide dónde ha de nacer pero lo interesante llega más tarde, cuando libremente optas por sentir. No me siento de “mi ciudad” ni de ninguna otra, simplemente porque no quiero o, con redundancias incluidas, porque no lo siento. La cosa está en que no me siento de ninguna parte y eso hace que me proyecte grande, inmensa y sobre todo, libre. No quiero etiquetas que hagan referencias geográficas, al menos para mí. Me angustia ser “la sanluqueña” porque me angustia el ritmo vital absurdo de esta ciudad, su velocidad de raciocinio a la hora práctica de resolver cualquier asunto ya sea económico, cultural, social o personal es directamente proporcional a la manera que “mi pueblo” tiene de manifestar a los cuatro vientos su afán por seguir dando más importancia al arraigo pueblerino y poco innovador en el que únicamente prevalece lo gracioso, lo llano, lo cercano y “lo de toda la vida”, en definitiva, que tendemos al catetismo – y me incluyo porque así lo refleja mi padrón – con la misma rapidez, resignación y en la única dirección posible que lo hace el agua por el orificio del lavabo ( al menos en esta parte del mundo. Leí una vez que en otro hemisferio el agua se pierde por el desagüe hacia el otro lado…)…


A pesar de todo esto, la decepción que no la desidia, habita en cada una de las ciudades que conocemos y que podamos llegar a conocer algún día. Es harto sabido el confort que todos hemos apreciado alguna vez tras un viaje, incluso de placer, cuando febrilmente aporreados por el sueño, el cansancio y la satisfacción de haber disfrutado, cruzamos dentro del coche el límite que nos lleva a través de una autovía ruinosa o una entrada tercermundista en mi caso a las entrañas de las casas donde fueron cambiados nuestros primeros pañales. Qué alegría da, o qué tranquilidad, o qué seguridad o, o yo qué sé, no sé cómo llamarlo, pero es un alivio amargo con ápices de síndrome de Estocolmo. Te jode y te gusta, bueno no, el orden es te gusta y te jode, lo primero es lo primero, lo inicial son los sentidos, siempre. Y te jode finalmente porque sí, porque vuelves al mismo sitio, al sitio que, como perro apaleado por el amo, vuelve a abrirte los brazos, aunque vengas de visita tras muchos años, aunque vuelvas de haber cerrado exitosamente un fabuloso negocio, aunque vuelvas de ver a un doctor que te dio una mala noticia, aunque vuelvas de una entrevista de trabajo que presagiaba al fin tu huida de tus orígenes y que desembocó de nuevo en mar vacío… da igual de donde vuelvas. Vuelves a tu pelotita de mierda, vuelves al tesón de hacerla cada vez más y más grande sin apenas levantar la cabeza y sin la posibilidad de mirar a los lados, la manejas a tu antojo o, al menos, eso crees, ¿ acaso el escarabajo sabe con tanta mierda alrededor suyo en qué momento se topará con un árbol o una piedra o un agujero o un abismo?, el escarabajo no ha de saber tanto, no fue educado para eso, sólo ha de amasar su bola pestilente y hacerla rodar. Sólo de vez en cuando, entre muchos, destaca un escarabajo que suele ser el que hace la bola de mierda más grande de todas para, finalmente, engancharse a ella, dejarla rodar y escapar. El escarabajo seguirá modelando su bola en su nueva finca… yo espero sacudirme la mierda de las patas en cuanto llegue.

martes, 10 de noviembre de 2009

SENCILLAMENTE IMBORRABLE


Las reminiscencias olfativas me fascinan. Las reminiscencias en sí son fascinantes pero, las que proceden de sensaciones tan puras e íntimas como las del olfato de cada uno son simplemente maravillosas. Sin ir más lejos, el otro día, sumergida en los sudores y sonidos pedantes de un autobús vino a mí un olor que, cuando menos, me hizo suspirar. Olía a lápiz recién afilado, me refiero a ese olor que deja la madera o su sucedáneo tras deslizarse en un sacapuntas de plástico , seguramente un Stadler… tanto te atrapa una sensación olfativa de ese tipo que ni siquiera reparas en la absurda concatenación de hechos que ha forjado la posibilidad de que precisamente tú, en un autobús cualquiera, puedas percibir ese aroma tan fuera de contexto por otra parte… sencillamente lo notas y te recreas en él, son sólo segundos, o milésimas la mayor parte de las veces, pero el poder sensorial te impide preguntarte por qué huele a eso en un autobús de línea y sin tregua, a la velocidad de la luz, te lleva a lugares en los que ya estuviste, a situaciones que ya viviste y al mundo que ya abandonaste. Es realmente lindo. Es precioso sentir el olor de una muñeca sintética que te esperaba una mañana de Reyes o recordar cómo huele y hasta cómo sabe una goma Milán, de las de toda la vida… en realidad, ni te acuerdas de la goma, no la proyectas ni de color verde, ni blanco o de ese otro color que había que era una mezcla nefasta entre rosa y marrón, lo que ves ni siquiera lo ves, lo notas y ya está, te llega a los ojos, a la mente, a la nariz y a los poros… hasta hueles el suavizante del babi… me encanta. Me encanta ese poder a lo “máquina del tiempo” que a veces puedo tener. Siempre recordaré, por ejemplo, el olor de un juguete absurdo que tuve. Era un conejo amarillo de goma, feo como él solo, con dos ojos saltones insolentes y un orificio en la base de sus cortas patas por el que salía ese sonido ridículo y característico que llevan los muñecos de los perros… pero olió a goma bendita desde el primer día que cayó en mis manos hasta que lo perdí de vista… que, dicho sea de paso, no recuerdo cuándo fue. El caso es que hace ya de esto la friolera de treinta años, mes arriba, mes abajo, y, si me concentro y respiro en serio, es decir, dejando ventilar mis pituitarias, puedo oler al puto conejo… y voy hasta donde él está, al suelo de lozas blancas y negras, algunas levantadas y rotas y que cortaban como un puñal, y vuelvo allí, a mis piernas morunamente cruzadas, a mi culo helado sobre el piso, a mis zapatos con veinte capas de kamfort manchándome de negro la parte interior de los tobillos en los calcetines blancos de hilo, a mi conejo plasticoso y amarillo hablando con voz de niña de tres años y al sonido de la olla de puchero de fondo… pero sin lugar a ninguna duda, lo mejor son los olores reminiscentes espontáneos. Yo los llamo así. Son esos que vienen de pronto, sin buscarlos y que te llevan a mundos increíbles y que parecían lejanos pero que en realidad siguen ahí, ahí mismo, lo que ocurre es que están prudentemente escondidos en uno, cediendo el paso a las nuevas vivencias como veteranos humildes y modestos pero que, a veces, como espíritus encadenados al mundo que pisaron, te recuerdan lo bonito que puede llegar a ser el detalle más ínfimo de cada una de las cosas.

martes, 3 de noviembre de 2009

DULCE POR DENTRO, AMARGO POR FUERA...


A veces la vida se antoja dulce y toma la forma de un bombón austríaco. Es bonito saber que las cosas buenas que en su día vistieron un disfraz menos bondadoso se desvisten y vuelven a su sitio. Es entonces cuando el tiempo se vuelve tan subjetivo que llega a perder valor y donde había un puente ruinoso de más de ochocientos días se eleva una plataforma sólida construida únicamente con sinceridad, cariño y lealtad a uno mismo. Creer en la amistad es precioso, comprobar que existe es una experiencia mística semejante a la satisfacción del labrador que, mientras esboza una sonrisa suave y robada por la sorpresa, observa tras días infértiles su huerto tornado a verde.