Mi Campo de Girasoles

domingo, 29 de abril de 2012

MI CAJA SIN FONDO


Para mí aprender es casi igual de importante que comer si no más… seguramente más, no peso mucho. De comer me enturbia la duda de no saber qué me estoy llevando al organismo en cuanto a elementos ajenos a la materia prima que pretendo ingerir se refiere, y de aprender me sacude el hecho de comprobar cómo, según con qué aprendizajes, se despiertan en mí nuevas inquietudes a las que, momentáneamente, no encuentro respuesta. De hecho, hay una materia difícil, básica por otra parte, que se me resiste… y es que no concibo la plena realización de cualquier acontecimiento, por muy liviano que resulte, si no soy capaz de contárselo a alguien, es decir, y solventando dudas, no es que no esté segura de haberme atado los zapatos si no lo cuento… me refiero a que si acometo acciones que nadie ve, por muy insignificantes que aparentemente resulten, inmediatamente se vuelven hechos a medio terminar para mí. A menudo esto me causa un irremediable afán por preguntarme si vivo para llenar los oídos de otros de mis historias o sirve para colmar mi propia vida. La mejor respuesta que me he podido proporcionar después de muchos años de auto tesis ha sido tan llana y contundente como me esperaba: vivo para mí pero me nutro de los oídos de los demás, entendiéndose oídos como oídos, vísceras, entrañas, sentidos todos y al menos cuarta parte y mitad de alma. Esta conclusión me hace sentir tan viva como muerta, puesto que forma parte de mi naturaleza compartir mis vivencias y no siempre los traspasos emotivos son viables, así es que no vivo, sobrevivo, o lo que es lo mismo, vivo entre viva y muerta y mientras tanto respiro como puedo, camino como me sale, me alimento según me desfallezco y, sobre todo, entre resuello y resuello, aprendo. Tengo una caja invisible, de material etéreo, palabra que adoro, material que desconozco, donde guardo todas y cada una de esas acciones que, por esto o por aquello, no he podido compartir, para algún día mostrártelas a ti que tanto te amo o a ti que, sin amarte, quizás puedas hacerme sentir mejor o, cuando menos, más viva.

viernes, 27 de abril de 2012

CUÉNTALE

Cuéntaselo a él, dile que un intruso entró en su nave nodriza e hizo actuar al resto de la tripulación sin consultarle; cuéntaselo a él, dile que llora desconsolado porque se portó mal; cuéntaselo a él, dile que pasarán años y lustros hasta que recupere su bombeo; cuéntaselo a él, dile que su trabajo de millones de latidos cayó en pozo sin fondo; cuéntaselo, dile que la vida es dura, que a veces la mentira enturbia la verdad y ésta se queda sola; cuéntale, cuéntale cómo no basta amar. Habla con él y dime qué te ha dicho... a mí sólo me culpa y, a ratos, me golpea con sus puños rosados.

sábado, 21 de abril de 2012

EL GIRASOL QUE LO ES SIEMPRE MIRA LA LUZ

Llegué a creerme tan poderosa y tan fuerte que nunca me imaginé aquí, desparramando palabras y aliviando mis pesares del alma como una vagabunda de los sentimientos, como una ardilla que no sabe dónde soltar su bellota o como un capo de la mafia que no sabe ante quién derramar una lágrima. Ahora, en cambio, no sólo sé que ni fuerte ni poderosa soy, sino que además ni esperar puedo a un recipiente donde vaciar mis agonías porque, de hecho, se me van cayendo a cada paso, en cada pestañeo y en cada suspiro. Precisamente ahora que lo escribo, acabo de percatarme de que caminar, pestañear y suspirar son actos involuntarios, ya que no he querido hacer nada de las tres cosas en los últimos tiempos y sin remedio las hago...

Nunca he sabido disfrazarme, a pesar de que me ha gustado siempre hacerlo; siempre se me ha visto la carne y hasta el alma cuando he querido ataviarme de plumas y brillantina, pero no siempre encontré la opinión asertiva de un espectador coherente. Y, a veces, a ratos, culpo al mundo a pesar de que, quizás, debiera culparme a mí misma por haber intentado ser quien no era. Pero, aún así, creo que lo moral está, debe estarlo al menos, por encima de lo lógico y, aún pareciendo lógico el hecho de descolgar un disfraz de una percha, es decir, sin presiones aparentes ni amenazas vitales, ¿acaso no había más moralidad silenciosa en quien me observaba mientras me ataviaba que en mí misma? Maldigo a los que callaron, maldigo sus silencios, su prudencia, sus miedos, sus suposiciones, sus comodidades a la hora de creer que ya vendrían a mí las realidades a la cara; maldigo sus temores, sus irresponsabilidades, sus desidias y su egoísmo. Y sé que maldecir no es más que un desahogo vano, pasajero, estúpido... que quedaría corroyéndose bajo el moho del rencor si no fuera porque, a pesar de todo, me quedan ganas de reinventar. Está claro que me inventaron débil, dependiente, frágil, cínica, prejuiciosa, altanera - con coraza - , llorona silenciosa y vividora porque sí. La vida, por mucho que nos empeñemos en gobernarla, viene a veces, más de las que queremos, como le da la gana... y no iba a ser menos para mí. Nada más tomé conciencia de empezar a vivir me emocioné tanto que, como casi todos, pensé que llevaba las riendas, hasta que, tras varias coces, no pude hacer más que intentar mantener el equilibrio.

Sigo siendo débil, dependiente, vulnerable, temerosa, incompleta, frágil, menos cínica, algo prejuiciosa, altanera - con menos coraza -, llorona ( a gritos ) y vividora por algo al fin. Digamos que, a pesar del automatismo de mis pasos, mis pestañeos, y mis suspiros, ahora sé por qué vivo y, aunque nadie me lo recuerde, me gusta decirme a mí misma: "nena, hemos avanzado algo..., sigue".

domingo, 15 de abril de 2012

IRREBATIBLE


Merece la pena creer en el más allá, donde quiera que esté y sea lo que fuere, sólo por el hecho de sentir lo que se siente cuando la fe está puesta en él. Casi todo el mundo lo ha comentado alguna vez, en reuniones, en charlas informales, después de oír alguna historia, tras conocer un hecho de explicación difícil... ¿tú crees que existe otra vida después de la muerte? ¿es posible que los que se van aún estén? Hasta el más agnóstico se lo ha debido de plantear alguna vez, por iniciativa propia o alentado por el fervor entusiasta de quienes aseguran que esa dimensión, etérea y contundente como el plomo a la vez, existe.

Yo me crié con esa idea, la mamé de una teta, la aprendí en unos libros, la escuché de mis viejos, la palpé a mi alrededor y, aún así, mi mente inquieta me llevó a cuestionar la verdad que el mundo que me rodeaba me imponía como única; resultaba tan surrealista a mi entendimiento que era inevitable no sentirme engañada. Ahora, aunque más veces de las que quisiera me pese, ya no succiono mamas, los libros los elijo yo, los viejos que me arropaban se fueron y a mi alrededor sólo quedan los supervivientes a la onda expansiva de mi naturaleza destructiva y, paradójicamente, es ahora cuando más convencida estoy de la existencia de ese espacio volátil y mágico, puro y amoroso, irreal y palpable, porque justo ahora, probablemente sugestionada por el dolor que indescriptible y poderosamente me atraviesa el alma, siento la mano muerta y caliente de quien cuando como un ternero de patas quebradizas y torpes caía de bruces me levantaba enérgica. En ocasiones lo siento como una caricia molesta del sol que se cuela por la ventana obligándome a abrir los ojos; otras veces, cuando mi pecho se agita incapaz de marcar un ritmo saludable a esa cosa que ha de bombear la sangre a mi cuerpo, lo siento como un aire que de pronto se mete en mi coche y me hace respirar mejor; alguna vez ha venido a mí con la forma de otro ser, algún anciano afable quizás, algún niño que cruzó su mirada con la mía tal vez, alguien que, sin saberlo siquiera, arrancó de mi gesto agrio una sonrisa sincera; adoro cuando llega mientras muero en la noche y deja que escuche su voz, que huela su piel, que aprecie su cara, que sienta sus poros, su afecto, su amor desinteresado, su perdón, su cariño, sus fuerzas, su "sigue, reina, sigue... sigue, mi niña, sigue bonita". Y tengo miedo muchas veces, me acongoja pensar que mi mundo onírico se vuelva vulgar y común y que mis contactos con el más allá se desvanezcan en la niebla de lo real.

Grande es la ciencia que salva a los hombres, que forja su mente y cura sus cuerpos y más grande aún es el más allá que la ciencia no conoce y desde donde vienen los míos a estar conmigo cuando yo más los necesito.

jueves, 5 de abril de 2012

Pasar un día en el zoo, viajar a Brujas, comer huevo pasado por agua, dormir en el campo, probar cus cus en Marruecos, dormir una siesta muy larga, caminar bajo el sol, desayunar en la cama, escuchar la lluvia, buscar puntos negros, leer un buen libro, conversar en sueños, pasear por los pasillos del Chino, mirarte de reojo, llorar de la risa, estudiar un rato, respirar con calma, comprar gominolas, observar a la gente, limpiar el salitre, hacer un play-back, llorar en tu pecho, coleccionar servilletas, hacer manualidades, preparar la comida, pasar miedo en el cine, compartir confidencias, ver cómo trabajas, elegir ropa, desprenderse de la ropa, ver cómo se pone el sol, escuchar música, gritar en la calle, esperar en la puerta, preparar sorpresas, sentir escalofríos, arreglarse el pelo, imaginar cosas, sudar, sembrar plantas, ver los fuegos artificiales, sacar fotos, jugar al pin pon, tocarte la mano, surcar el mar, comer pasteles... vivir.

lunes, 2 de abril de 2012

BARCO VARADO, NO MUERTO


El anhelo llega a nublar los sentidos, de hecho, llega a convertirse en un sentido más, falso porque desemboca en quimeras, y auténtico porque reviste en lo más profundo del alma. Montañas de veces escuché la voz de quien ya no está, con su justa tonalidad, con su propia fonética y con todas y cada una de sus peculiaridades sonoras. También escuché sonar el teléfono bien sabiendo que era cosa improbable y ciertamente incierta; a veces anhelar lleva al espíritu, esa cosa etérea que todos sabemos tener, hasta estados de vigilia onírica en los que distinguir la realidad de lo ensoñado es ardua tarea para una mente anhelante que no tonta; sabe la mente que divaga en un limbo agridulce de lo que fue con lo que pudiera, con lo que quisiera, con lo que no ha de morir, ni fenecer ni desteñirse mientras rema sin mástiles por un mar de realidades, crudezas, malformaciones de sus fantasías más deseadas y arrecifes de imposibles y, abandonada al aire que se pierde en velas inexistentes, prefiere naufragar antes de reconocer que ya hace un tiempo dejó de navegar, porque el hilarante estado del que anhela encierra la esperanza y el motor de la vida que ya no posee quien ni para anhelar fuerzas retiene.