
Navidad. La verdad es que no sé si la he llegado a celebrar alguna vez. De pequeña me gustaba colocar el Belén, era como jugar a la casita pero a lo bestia... además me dejaban andar con arena, serrín y musgo, una pasada. Con los años, mi hermano y yo fuimos creciendo y el Belén fue menguando; con los años, mi hermano se fue a vivir fuera y yo quedé con los viejos, el Belén quedó reducido a una mera simbología, es decir, a cinco figuritas de plástico con ojos saltones colocadas al lado de la tele, sin musgo, arena ni nada que brillara; con los años, desapareció el Belén.
Nunca tuve familia. Por eso no añoro reunirme con nadie, ni cantar alrededor de un pavo ni colocar un gran árbol junto a una chimenea. Este año, mis padres son mayores, yo soy imbécil y mi hermano no llegará hasta fin de año, con lo cual este año no hay Navidad. Aunque pensándolo bien, lo que no hay es ese esfuerzo visceral por intentar que la hubiera cuando nunca la hubo.
Y no sé si me duele o me alivia. No sé si me alivia haberme quitado la máscara del Jingle Bells o no sé si me duele no tener guirnaldas, bolas, luces, belenes, y, sobre todo, gente a mi alrededor con quien reunirme a pasar un buen rato o pasear por las calles plagadas de niños y consumismo. Probablemente la sensación que tengo en mi garganta mientras escribo esto quiera decirme algo...
De todas formas, os deseo Feliz Navidad, sea lo que sea que signifique eso... seguro que es bueno.