Queridos amigos, hoy dormí con un gato. Vaya tía rara…mmm, bueno, quizá no tanto… dormir con animales es algo que mucha gente hace ( y no me refiero a animales que pueden caminar erguidos sobre dos patas…). Retomaré el enunciado: queridos amigos, hoy dormí con mi gato inanimado ( como tantas otras noches durante muchos años ). Mi gato de peluche. Metin. ¿ Por qué se llama Metin? Pssssss… difícil cuestión. Supongo que los nombres cortos son más pegadizos, más fáciles de recordar y en cierta manera entrañan más apego que aquellos en los que te dejas parte de tus neuronas para pronunciar. Ah! Entiendo… no era esa la duda existencial. Ya, ¿ que por qué duerno agarrada a una felpa? ¿ y por qué no ? Responder con preguntas encierra siempre cinismo y en ocasiones un cierto grado de inteligencia. Pues sí, cínica desde el parto de mi madre e inteligente desde aquel test en la adolescencia que me persigue cada vez que alguien de mi familia alcanza una meta antes que yo: “¿tú no eras tan inteligente? ¿cómo es entonces que…?” bah, paparruchas… El caso es que al gato ya le salieron pelotillas. Algunas mañanas amanece intacto, justo donde comenzó la noche, otras, cuando repongo la cama y casi ya termino, noto un bulto blandito en la zona de los pies y otras, yace boca abajo en el frío suelo con su culito respingón apuntando al techo. Pobre Metin. Cuánto sabe. Cuánto encierra. A ver, si Freud levantara la cabeza se atusaría el bigote y se compadecería de mi: “pobre chica carente de afecto infantil… claramente buscó en el gato el afecto que jamás recibió de sus progenitores” o “el amante que jamás la sació tomó la forma de un gato del Toys R Us para meterse en su lecho cada noche” … que me perdone D. Sigmund, pero mis padres me aman y de lo otro no hablaré porque, primeramente, a nadie le importa, seguidamente, jamás tuve cara de estreñida y siempre me fue genial…
Soportas cada día el sonido del despertador insolente, escuchas la obra del vecino de al lado, te calientas la cabeza pensando en que tienes que ir a pagar tal o a comprar cual, maquinas a ver qué comes, a pesar de no tener ganas te acicalas para ir a ganar cuatro euros, lidias con gente, consuelas a otros, haces como que entiendes a los que sienten, sientes que nadie te entiende, llegas a casa, recuerdas la lavadora que no llegaste a poner a andar, haces balance del día, apenas barajas la posibilidad de una cena digna, ojeas la actualidad del mundo y tienes la obligación de sentirte afortunado por no haber vivido un terremoto, un atentado o un golpe de estado, te cepillas los dientes a duras penas y finalmente… vuelves a agarrar a Metin. Uff … al fin. Metin es silencio, quietud, paz, armonía, sosiego. Metin es el tío al que empujaste en el autobús y al que luego quisiste pedir perdón sin nunca llegar a hacerlo, Metin es las cuatro palabras que no dijiste a tu madre cuando te llamó en plena reunión y tú colgaste el teléfono con un pulgar cargado de “no es pesá esta tía…”, Metin es un “mañana se lo digo”, Metin es un “aquí nadie puede hacerme daño”. Metin es un gato de peluche… incierto. Metin es la parte de nuestro otro yo que sólo encontramos cuando uno es puro y real, cuando estás en la nada contigo mismo y ves lo vulnerable y poderoso que puedes llegar a ser. Si Metin no existiera, yo lo inventaría.