LOS BESOS QUE TE DEBO

Roberto Iniesta guardó unos cuantos besos en su cajita en esa canción. Bendita cajita. Yo también tengo la mía, como todos. Cuántas cajitas, cofres, baúles y arcones… es una pasada. Nos pasamos la vida recopilando, atesorando, acumulando, reservando y codiciando. ¿Para qué? instinto animal tal vez, somos un poco hormiga quizás. ¿Y por qué? porque somos unos negados al riesgo, a la vergüenza de soportar los ojos del otro, de su girar de cuello en una negación rotunda, nos aterra la idea de la incomprensión aunque presumamos de que nadie nos entienda como síntoma inequívoco de sentirnos persona peculiar, diferente, incomprendida y -que valga la redundancia por favor- por ello, especial.
Si apiláramos todas esas cajitas podríamos construir una nueva muralla china. O más aún. Seguro. Si las destapáramos saldrían esos besos, los que se deben, los que no se dan porque son sobreentendidos, los que cual boomerang envenenado se nos vuelven al alma para mortificarnos… saldrían las palabras. Los agradecimientos, los te quiero del alma, los te odio del alma también, los por favores enquistados, los hasta pronto que se disfrazaron de adioses, los adioses que se camuflaron en un nos vemos, los te necesito que van de duros y que como mucho van de amigos incondicionales, los te amo que en realidad únicamente expresaban un post sexo gratificante y saludable, los no me importa y no pasa nada que en su origen eran un me cago en tu casta toda… Parece que lo veo. Miles, millares de cajitas. Cajitas llenas de lágrimas cautivas retorciéndose como caracoles vivos en una cacerola de loza al fuego, cajitas con caricias desgastadas de tanto ser imaginadas y sin fuerzas ya para salir, cajitas llenas de deseos ridículamente inconfesables, cajitas preciosas, llamativas, decoradas a conciencia para que luzcan bellas, cajitas lindas llenas de polvo…